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Ser inmigrante. Volver a empezar.

Los primeros rayos del sol de la mañana iluminan las casas del barrio, los balcones de los edificios; el suave viento roza los árboles y espabila a los transeúntes que circulan por las calles semivacías de la ciudad.

Suena el despertador, pueden ser las seis o siete de la mañana, quizás más temprano, quizás más tarde; no importa, el hecho es enfrentar un día más de trabajo. El silencio de la casa indica que todo está en orden. En el baño, te lavas la cara y de repente frente al espejo te encontras y te decís a ti mismo: “¿será hoy el ultimo día en el hogar?”.

Cómo enfrentar a la familia y decirles que tienen que ir a otro país porque en el que están no pueden continuar. Cómo expresarles que su rutina, su cotidianidad, sus espacios van a cambiar, se van a modificar… cómo explicarles que hay que volver a empezar. Ese sentimiento, aunque estemos en el siglo XXI, no varía, no se transforma.

Argentina es considerado un país compuesto por inmigrantes, la mayor parte de las costumbres con las que convivimos son heredadas; la gran mayoría, de nuestros abuelos inmigrantes, pero nuestros abuelos también sufrieron ese desarraigo, el despertar un día, reunir a su familia, sus pertenencias y salir de su pueblo, sin poder despedirse de nadie y con la idea de buscar un mejor lugar para poder vivir, un lugar para volver a empezar.

Ellos se asentaron en diferentes rincones de la Argentina y en cada terreno que estuvieron nos deleitaron con sus usos y costumbres, su idioma, comidas, formas de expresión, bailes, anécdotas y sueños de su querida tierra lejana.

Ser inmigrante no es fácil, es volver a empezar.

En la actualidad, como causante de la inmigración, podemos citar la decreciente situación que está atravesando España, dada por el cierre de pequeñas empresas que trajo como consecuencia el despido de empleados, y el recorte de gastos por parte del Estado en millones de euros.

En cuanto al desempleo se prevé para 2012 una tasa de 24.6% de la población económicamente activa, 24.3% en 2013, 23.3% en 2014 y de 21.8 % en el 2015.

Durante dos siglos, el motivo fundamental que empuja a los hombres a tener que dejar su país, es la falta de trabajo.

Hoy en día viajar se hace más fácil, el avión nos ha proporcionado la ventaja de reducir las horas de traslado; penoso era cómo lo hacían nuestros abuelos, que tardaban días y días en llegar en barco.

En aquel entonces, la guerra, la persecución era el combo perfecto para tener que escapar, siempre con la nostalgia de dejar tus deseos y sueños de juventud atrás.

Pero, ¿por qué un inmigrante del Siglo XXI, más precisamente del año 2012, no apuesta y se queda en su país y si decide, en cambio, viajar y aventurarse en otro lugar, otra ciudad, otra Patria?

¿Por qué un comerciante español decide emprender su propio negocio en la provincia de Buenos Aires, Argentina, abriendo una panadería y no haciéndolo en su lugar de origen? ¿En qué se basa para tomar semejante decisión?

Si bien, nuestros abuelos no contaban con la información necesaria para emigrar, con solo ver como destruían las ciudades, ya era motivo suficiente para escapar de semejante realidad.

¿Qué es lo que determina la partida de las personas?

Son simplemente cuestiones que planteo para reflexionar y pensar porque no puedo dejar de preguntarme qué es lo que haría ante esta situación.

A veces, es necesario escuchar a algún anciano que es inmigrante desde hace mucho tiempo; aquel que, en este caso, formó su familia acá en Argentina y cuyos hijos son argentinos; contando anécdotas de su país y recordando aquellos pocos años de juventud que vivió. Su relato se aprecia melancólico, nostálgico y con la ilusión, aún, a pesar de su edad, de volver a sus raíces con la esperanza de pisar su tierra querida una vez más.

Publicado originalmente en Piso Trece Revista Digital (año 2012) en el marco de la crisis económica que se estaba produciendo en España.



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