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La última vez

Ese día, frente al espejo, Amalia se estudió la cara limpia y sin maquillaje: ni rastro del moretón de hacía unos días.

Se observó de nuevo y, se encontró con una piel diferente a la que tenía antes, a la que tenía de joven. Prácticamente no quedaba nada de aquella mujer de piel tersa y mirada alegre y sueños por cumplir.

Todo lo había dejado por él.

Envejecí tan rápido, recapacitó. Y se estiró el pelo y se miró la cara de un lado y de otro, para aseverar que ese moretón no hubiera dejado huellas.

Amalia pensó que así no podía seguir, pero lo amaba tanto que no se atrevía a dejarlo. Una vida entera tenía con él.

Una vez más, lo perdonó, porque gracias a él tenía plata, lujos, una linda casa, viajes. Y decidió que desde hoy todo sería diferente, que aquellos moretones quedarían en su recuerdo como la última vez. A partir de hoy, no más provocaciones.

Esta noche lo voy a esperar con una gran cena, pensó.

Y así fue.

Él llegó a la misma hora de siempre. Dejó sus cosas en el hall de la entrada.

Amalia lo esperaba en el comedor con una mesa arreglada y lujosa.

—¿Y esto? —dijo él desajustándose el nudo de la corbata.

Amalia, un poco insegura, le respondió que era una cena sorpresa.

—¿Y desde cuándo cocinás vos? —le dijo en tono burlón.

—Ehhh, es que… Es que quería agasajarte y para que sepas que no estoy enojada —Ella no encontraba las palabras, tan nerviosa estaba—. Esta todo bien.

—A ver qué cocinaste —dijo el marido con poca paciencia—. Traelo.

Ella fue rápido a la cocina a buscar la carne al horno con papas que había cocinado, volvió y le sirvió una porción.

Él probo de mala gana, y terminó escupiendo en el plato lo que estaba masticando.

—¿No te gusto? —dijo Amalia con pánico.

Él se levantó tan bruscamente, que la silla salió volando por el comedor. La agarró a ella del cuello, la elevó y la arrinconó contra la pared.

—¡No, no me gustó! —gritó él—. ¡No me hagas perder más tiempo con estas estupideces, me importan un carajo tus disculpas! —dijo ahora con los dientes apretados—. ¡No me provoques más!

Amalia no podía respirar, y los ojos le ardían tanto que no pudo evitar las lágrimas, las sintió rodar hasta la boca. No entendía en qué se había equivocado. Qué había hecho mal. No lo entendía. Se había arreglado para él, y él no lo notó. Se puso el vestido que él le regaló en navidad y el perfume que le obsequió en su cumpleaños, y él no lo advirtió. Se puso los zapatos que a él le gustaban, y él ni los miró.

Ni la miró.

Y de repente el golpe de gracia.

Amalia sintió un zumbido alrededor de ella y se desorientó. Su cabeza cayó hacia adelante y vio que la sangre le manchaba el vestido. Ahora estaba derrumbándose con todo su peso y no podía detenerse. Se sintió cansada. Muy cansada. Demasiado cansada.

En el piso siguieron los golpes, pero ya ni los notaba. Y, al fin, cerró los ojos con la esperanza de que todo terminara rápido, igual que la última vez.

Cuando volvió a abrir los ojos, estaba muerta.

 

De la antología Otra Piel. Ser Seres ediciones 2017.

Imagen: lalesh aldarwish desde Pexels



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